Quiero dedicarle unas palabras a una capacidad muy importante que todos debemos aprender a desarrollar y que es de fundamental importancia tanto en nuestra vida profesional como en la personal: la capacidad de decir “No”.
Es una palabra que tiene cierta mala prensa. Se la asocia a conceptos como la negación irracional ante hechos evidentes o a la negatividad como actitud (indeseable) ante la vida. Pero, en realidad, se trata de una palabra profundamente liberadora y de una infinita riqueza. Creo que no se la valora demasiado porque tiende a verse como un concepto aislado y limitante. Cuando, en realidad, el “no” es la otra cara del “sí”: cada renuncia a algo es, a la vez, una ganancia. Cada vez que decimos “no”, en el fondo, le estamos diciendo que sí a algo que consideramos más valioso o apropiado para nosotros en un determinado momento.
En mi caso, era un tema que hasta hace unos años pensaba que tenía bastante resuelto. Nunca me sobró nada en la vida y tuve que luchar mucho por todo. Pero, a pesar de eso, de alguna manera siempre me sentí rica. ¿Por qué? Porque, para mí, la riqueza más grande que puede tener una persona es la libertad de elegir decirle que no a algo. Y yo he ejercido bastante esa libertad a lo largo de mi vida, frente a diversas personas y situaciones, incluso en momentos donde esa elección parecía tener un costo muy alto en el corto plazo.
Pero, en los comienzos de mi oficio independiente, retrocedí unos cuantos casilleros en esa capacidad que pensaba que dominaba. Caí en el síndrome de la mujer maravilla y me creí capaz de lidiar con todo y con todos, aun con esos proyectos que sabía que no iba a disfrutar en lo más mínimo. Y varios de esos trabajos que acepté me dejaron dinero y les estoy agradecida porque fueron una gran enseñanza, pero me desviaron de ese ejercicio de la libertad del que siempre me había sentido tan orgullosa.
Hoy, en un contexto donde vemos limitado en gran medida nuestro abanico de elecciones en muchos aspectos, reafirmo mi compromiso con elegir a mis trabajos y a mis clientes, porque sé que no es solo sano para mí, sino también para ellos: mi “no” es un pequeño grano de arena para encaminarlos al “sí” de la persona correcta, esa que sí será la indicada para acompañar sus proyectos y hacerlos crecer. Y, a la vez, así abrimos la puerta para que lleguen esas personas y trabajos a los que sí podemos aportarles valor.
Decir que no cuando sabemos que debemos hacerlo no es solo un acto de amor propio, sino también hacia el otro. Por eso, los invito a revalorizar esa palabra y a usarla en sus emprendimientos todas las veces que sea necesario.
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